La ovejita Susana: Capítulo 2

Titubeante ante los acontecimientos, Susana contemplaba desde el interior de la oscilante avioneta al ejército de abejas que se acercaban vertiginosamente hacia ellos. La ventisca provocaba que la avioneta se meneara peligrosamente hacia los lados, como si en cualquier momento pudiera perder el equilibrio y precipitarse al vacío. Susana contempló como unas cuantas abejas atacaban el ala derecha de la avioneta.

-¡No vamos a salir vivos de esta! -gritaba Filiberto, el gorila enorme y negro que se tapaba la cara con sus enormes manos -¡Vamos a palmar!

-Tranquilízate, Fil. -le dijo Susana, tocando el hombro del gorila con su patita delantera, tratando de consolar al inquieto simio -Tengo toda mi confianza depositada en Ubaldino. Es un gran piloto, ¡seguro que nos sacará de esta!

-Espero que consiga despistar a esas malditas abejas -dijo Filiberto mientras bajaba sus grandes manos hasta depositarlas en sus peludas rodillas.

Un enorme estruendo aturdió brevemente al dúo animal. La avioneta comenzó a sacudirse violentamente. Susana observó por la ventanilla y pudo observar con espanto que el ala derecha se había partido en dos. De la cabina de piloto surgió una figura grande que se dirigía hacia ellos.

-¡Tenemos que abandonar el avión enseguida! -gritó la gigantesca morsa azulada, Ubaldino. Lo que más llamaba la atención de la criatura es que en uno de sus largos colmillos tenía clavado un enorme maletín plateado. -¡La avioneta no va a aguantar demasiado tiempo! ¡TENEMOS QUE SALTAR!

-¡NO! -gritó Filiberto -¡TENGO MIEDO A LAS ALTURAS! ¿Y SI EL PARACAÍDAS NO AGUANTA MI PESO?

Ubaldino suspiró. Abrió la puerta que daba al exterior y una gran ráfaga de viento impactó al trío de animales. Del maletín salieron volando algunos billetes rosas.

-¡No hay tiempo que perder! -gritó Susana mientras se colocaba su paracaídas -¡Ponte el paracaídas y salta!

Las abejas comenzaron a invadir el interior de la avioneta. Un grupo se metió en la cabina y comenzó a sabotear los controles. Otro grupo se quedó alrededor de la sala donde estaban nuestros protagonistas y comenzaron a destrozarlo todo. Una abeja en particular se acercó a Susana.

-¡Te lo advertí, Susana! -dijo Marcelo, la abejita gruñona -¡NADIE DESAFÍA A LA MAFIA DE LAS ABEJAS! ¡TE LO TIENES BIEN MERECIDO! ¡¡¡VAMOS A MATAROS A TO...!!!

El discurso de Marcelo se vio interrumpido por Filiberto, que había agarrado una jarra de cristal y había metido a Marcelo en su interior, cerrando con fuerza la tapa.

-¡¡¡QUÉ COJONES!!! -exclamó la abejita Marcelo -¡¡¡SÁCAME DE AQUÍIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!

-No -dijo Filiberto-.

La avioneta comenzó a caer en picado. Ubaldino, situado casi afuera de la avioneta, se disponía a saltar.

-¡Ten cuidado, Ubaldino! -dijo Susana-.

-¡Eso debería decirlo yo! -dijo Ubaldino -Vosotros sois los novatos en esto del pilotaje de aviones, así que tened cuidado cuando abráis el paracaídas. ¡Abridlo cuando la distancia sea segura!

Y con esta última frase, Ubaldino se lanzó al vacío. Susana le siguió y saltó de un brinco.

-¡Maldita sea! -exclamó Filiberto, y saltó con la jarra en la mano.

La avioneta les dejó atrás y siguió girando sin parar hacia la puesta de sol, expulsando un rastro de humo con forma de muelle. El viento azotaba el rostro de Susana mientras caía en picado hacia la isla Konzervans, una isla paradisíaca con una montaña enorme. En el pico de esa montaña había una enorme roca tallada con la forma de una cabeza de pato. Susana abrió el paracaídas a escasos metros de caer en la playa, donde Ubaldino esperaba pacientemente. Susana posó sus cuatro patas en la arena y la tela de su paracaídas se depositó suavemente sobre ella. Al salir, observó como Filiberto se estrellaba violentamente contra una roca y una jarra con un paracaídas que cayó a su lado.

¿Cómo llegaron hasta esa situación? ¿Qué harán a continuación? ¿Qué se encontrarán en la isla Konzervans? ¿De qué color es el pelaje negro de Filiberto? ¿Por qué su pelaje tiene ahora manchas rojas?

Todas estas respuestas serán reveladas eventualmente. Por ahora Susana se limitaba a observar la jarra que contenía prisionero a Marcelo. Se estaba masturbando y salpicó el cristal con un líquido blanco.

Continuará...

Obra maestra donde las haya. Disney debería tomar cartas en el asunto.